El 19 de febrero del año 1600 se dio inicio al fin del mundo en el sur del Virreinato del Perú. La señal del apocalipsis fue la erupción del volcán Huaynaputina, que se alzaba como una imponente montaña en la sierra de la actual Moquegua. La lluvia de cenizas y los sismos destruyeron las ciudades de Arequipa, Arica, Moquegua y numerosos poblados establecidos en lo que hoy es Puno, Cusco, Tacna y el norte de Chile. Cuenta la tradición que las detonaciones se escucharon en Lima, a ochocientos kilómetros de distancia. El virrey envió tropas a la cumbre del cerro san Cristóbal por temor a que fueran los cañonazos de piratas atacando el puerto del Callao. Ahora sabemos que fue una de las mayores catástrofes de origen volcánico en la historia de la humanidad.
“Tuvo un impacto global, provocó la disminución de la temperatura del hemisferio norte el año 1601, afectó la producción de vino en Alemania y originó una severa hambruna en Rusia y China. Pero localmente su impacto fue desolador, sepultó pueblos enteros donde murieron cientos de personas. Estos pueblos, construcciones levantadas durante el imperio inca tardío y periodo colonial temprano fueron borrados del mapa”, explica el ingeniero Jersy Mariño Salazar, investigador en el Observatorio Vulcanológico del Ingemmet.
El cataclismo modificó el paisaje. De aquella cumbre nevada solo quedó una enorme meseta de conmovedora desolación, que parece un inmenso desierto sobre los cuatro mil metros de altura. En sus faldas brotan unos géiseres como advertencia de su potencial vitalidad telúrica. Hasta en las costas de Arequipa y Moquegua se puede comprobar cómo cambió el paisaje del litoral.
“Más de 420 años después, podemos observar cómo la erupción modificó la geografía de la zona y sus depósitos presentan características geológicas y geomorfológicas únicas, así como configuran paisajes excepcionales. Como resultado, la región Moquegua tiene un patrimonio geológico y cultural (pueblos sepultados) muy importante que necesita ser conservado, puesto en valor y también utilizado como un recurso geoturístico”, añade Mariño Salazar.
De ahí surgió la idea del libro Paisajes del volcán Huaynaputina. Una joya editorial que no solo registra los datos técnicos de la erupción sino que incursiona en la conservación del patrimonio geológico y cultural de la zona, así como en su enorme potencial turístico.
Si bien somos un país de montañas con atributos divinos, en el sur andino estas cumbres son seres vivos que cada cierto tiempo despiertan para anunciar su existencia con fumarolas o erupciones.
“En el libro proponemos 21 geositios y miradores turísticos. Moquegua posee un patrimonio geológico y cultural de talla mundial, por lo que exhortamos a las nuevas autoridades a poner en valor estos geositios y promover un novedoso y atractivo destino turístico”, sostiene el investigador.
El libro está ilustrado con fotografías, infografías y mapas. Tras su publicación, el Perú fue reconocido por la Unión Internacional de Ciencias Geológicas (IUGS), con el auspicio de la UNESCO, como uno de los primeros 100 lugares de interés geológico del mundo.
Mariño reconoce que la investigación se hizo realidad “gracias al trabajo conjunto del Ingemmet en cooperación con investigadores del Laboratoire Magmas et Volcans, Université Clermont Auvergne, Institut de recherche pour le développement, Université de La Reunión, Université de Paris y CEREMA”.
Ahora que se viene la Semana Santa en Omate, es una buena oportunidad para realizar estos recorridos por la “Pompeya” del Perú.