Roberto Ochoa Berreteaga
Poco antes del autogolpe de Pedro Castillo, una noticia procedente de Huancané, a orillas del lago Titicaca, pasó desapercibida en medio de tanta miasma política: un grupo de vecinos ilustres inauguraron los bustos y la cripta dedicada a los héroes de una rebelión indígena conocida como Wancho-Lima.
La insurrección sucedió hace exactamente un siglo, en 1923, cuando un grupo de dirigentes locales viajó a Lima para reunirse con el entonces presidente Augusto B. Leguía, en el marco de una política proindigenista que solo quedó en el papel.
Los dirigentes expusieron el grave problema que afectaba a sus comunidades, referido a la abusiva invasión de sus tierras ordenada por los gamonales puneños. La gran demanda de lana provocada por la Primera Guerra Mundial, hizo que los gamonales puneños invadieran tierras y ganado de los ayllus locales. En Lima escucharon sus quejas pero nada hicieron para solucionarlos, así que esos mismos dirigentes retornaron a Huancané y decidieron romper palitos con “el señor Gobierno” y la capital de la República. Fue así que decidieron rebelarse contra los gamonales y hacer realidad un sueño fundacional: una nueva capital peruana en el altiplano puneño y a orillas del lago sagrado de los incas.
“Carlos Condorena Yujra, Rita Puma, Evaristo Corimayhua Carcasi, Mariano Luque Corimayhua, Pedro Nina Cutipa Corimayhua, Melchor Cutipa Luque, Antonio Francisco Luque Luque, Mariano Mercedes Pacco Mamani, entre otros, se convirtieron en líderes de los insurrectos”, nos dice el colega Fernando Chuquipiunta Machaca, descendiente directo de uno de los rebeldes y propulsor de la instalación de los bustos y de la cripta de los héroes, así como del cambio de nombre de algunas de las calles de Huancané.
“Los dirigentes de Wuancho decidieron construir una ciudad con los mismos planos urbanos de la capital peruana (ver ilustración), a la que llamaron Wancho-Lima, capital de la República Aimara Tahuantisuyana, como sociedad emblemática de la reivindicación de los derechos ciudadanos de la cultura aimara. También construyeron locales para ministerios, escuelas, mercados, calles y avenidas”. relata Chuquipiunta.
Guerra avisada
La sublevación fue registrada en Puno por el diario El Siglo, fundado por Carlos Oquendo Álvarez (padre del poeta Carlos Oquendo de Amat). También por Gamaliel Churata cuando era director de la Biblioteca Municipal de Puno. José Carlos Mariátegui, Jorge Basadre, Wilfredo Kapsoli, Manuel Scorza, Pablo Macera, José Tamayo Herrera, Teobaldo Loayza Obando, Augusto Ramos Zambrano, José Luis Rénique, Leoncio Mamani Coaquira, entre otros, figuran entre los académicos que han estudiado la rebelión. Pero es el escritor José Luis Ayala Olazával quien dedicó varios títulos a resaltar, con una impecable dosis de ficción, esta rebelión perdida y a los líderes insurgentes.
Ahora que vemos las tropas y blindados del ejército en las calles de Puno, es bueno saber que la rebelión de los Wancho-Lima no tuvo un final feliz. Todo lo contrario. El Gobierno de Leguía ordenó una brutal represión. El 16 de diciembre de 1923, el barco Los Incas (sic) trasladó a 400 soldados dirigidos por el capitán Luis Vinatea. La orden era tierra arrasada. Don Evaristo Corimayhua Carcasi encaró al capitán Vinatea y lo destruyó con sus argumentos. Tal atrevimiento le costó la vida. Fue el primero en ser fusilado antes de que se desatara una masacre que, hasta la fecha, no tiene una cifra oficial de muertos. “Las nuevas generaciones tienen el deber de conocer el pasado para que no se repitan los hechos”, sentencia Chuquipiunta.
En una reciente entrevista realizada por al colega Verónica Chú Saavedra, Chuquipiunta comenta la importancia de esta rebelión indígena:
-Para un huancaneño, ¿qué significa Huancho Lima?
En realidad, para todos los peruanos significa un hito en la lucha por la dignidad humana. Se trata de un proceso histórico que no ha sido debidamente analizado por los profesores de historia y menos por los escritores. Hasta ahora no hay un libro totalizador. Es decir, un texto de análisis y reflexión. Todo
cuanto se ha escrito proviene de los archivos de diarios y del archivo regional.
Lo que no está mal, lo que falta es una lectura crítica.
-¿Qué es ser peruano y ser aymara a la vez?
Es una realidad, es un inmenso orgullo histórico y cultural pertenecer a la nación aymara. Lo que sucede es que no tenemos conciencia plena de lo que hemos sido como cultura en el pasado. Sin embargo, la contribución de las ciencias sociales ha sido muy importante para reconocernos. Tengo la
esperanza de que estos años deben surgir los nuevos científicos sociales aymaras para defender sobre todo nuestra presencia en los siglos que vienen.
Nos hace falta la construcción o la invención de una identidad nacional, ¿cómo cree que se pudiera concretar o es una utopía?
Este es un tema que tiene que ver con la necesidad de fundar una nueva democracia. Se trata de redactar una nueva forma de vida para el Perú. Ese sentimiento de orden político está en marcha y es indetenible.