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26 de febrero de 2024

Las Líneas de Lima

Los contrafuertes andinos de Lima Metropolitana ocultan un centenar de geoglifos identificados por los arqueólogos. Después de las pampas de Nasca y Palpa, los cerros y quebradas del valle medio del río Chillón son un enorme lienzo marcado con figuras cuyo significado sigue siendo un enigma.


Roberto Ochoa Berreteaga


Hablar de líneas o geoglifos nos lleva a las pampas de Nasca y Palpa, en Ica; pero las quebradas de Lima Metropolitana también fueron un inmenso lienzo geológico para esta enigmática manifestación cultural prehispánica.

Ahora sabemos que en las pampas de Canto Grande, por ejemplo, cientos de geoglifos fueron destruidos por la expansión agraria, las sucesivas invasiones y el tráfico de tierras. Sin embargo, un reciente trabajo realizado por un equipo de arqueólogos dirigidos por Ángel Sánchez Borjas logró registrar 108 geoglifos en las quebradas que desembocan en el valle del río Chillón, entre el distrito limeño de Carabayllo y la provincia de Canta.

“Investigamos los fondos de 17 quebradas, la mayor parte nunca antes prospectadas, en ambas márgenes de la cuenca del río Chillón. Todas con alto contenido cultural y en la mayoría casi sin mayores alteraciones o disturbaciones modernas”. Revela el arqueólogo Sánchez Borjas.



Tan ardua tarea se realizó entre los años 2021 y 2022. Pero así como hallaron geoglifos que solo habían sido afectado por el paso del tiempo, así también tuvieron que enfrentar a traficantes de tierras que han lotizado muchas quebradas. ASB reconoce que el caso más patético fue el enorme geoglifo trapezoidal de cerro Gangay. “Lo logramos identificar con imágenes satelitales recientes pero cuando llegamos a la zona nos impidieron el paso. Lanzamos el drone y comprobamos que todo el geoglifo había sido barrido por la lotización del terreno”, añade el también director del centro de Investigaciones Arqueológicas Precolombinas (CIAR).



Un poco de historia

En la década de los años 40 del siglo pasado se realizó el primer sobrevuelo oficial de la cuenca del río Chillón. La idea era tomar fotografías de gran resolución para identificar áreas de expansión agraria. En uno de esos vuelos, el piloto identificó un enorme geoglifo de forma trapezoidal (semejante a una pista de aterrizaje) en la cumbre del cerro Huatocay, conocido también como Pan de Azúcar. Tuvieron que pasar 40 años para que el espectacular geoglifo de casi 300 metros de largo fuera ubicado por los arqueólogos.

El geoglifo de Huatocay fue la punta de madeja. En esos mismos años, Hans Horkeimer investiga la zona de Canto Grande, en el distrito de San Juan de Lurigancho, y comprueba la existencia de líneas, plazoletas y dibujos similares a los de Nasca. Pero fue el empresario Lorenzo Roselló Truel quien hizo el mejor registro de los geoglifos de Canto Grande, hoy desaparecidos.



Medio siglo más tarde, Jorge Silva revela los sitios arqueológicos y geoglifos del valle del Chillón. Aurelio Rodríguez hace lo propio y resalta la relación entre los geoglifos de los valles de los ríos Chancay, Chillón, Rímac y Lurin. Por su parte, Robert Benfer hace incapié en la relación de los grabados del Chillón y Canto Grande. Mientras que Jorge Carranza, Gori Tumi Echevarría y Jonathan Palacios dan nuevas luces sobre los enigmáticos geoglifos limeños.

Las líneas del Chillón

Hoy en día los geoglifos de Palpa y Nasca mantienen el interés científico internacional y son, después de Machupicchu, el destino turístico más visitado del Perú. Sin embargo, los otros geoglifos en el resto del país no han merecido el mismo interés.



“Mucha evidencia arqueológica se ha perdido para siempre sin el mínimo registro y cada día las invasiones modernas de la mano con traficantes de terrenos hacen que mucha evidencia arqueológica de esta importante zona tienda a desaparecer irremediablemente”, reconoce Sánchez, quien pasó varias temporadas trabajando en el yacimiento arqueológico de Cahuachi, dirigido por el Dr. Guiseppe Orefici.



“Una de esas dificultades que hemos enfrentado en el valle del Chillón es el difícil acceso a las quebradas y cerros, por empresas que impiden el libre tránsito”, denuncia ASB en referencia a las canteras legales e ilegales, invasiones y granjas avícolas que abundan en todo el valle medio. Pero añade que “pese a estas dificultades pudimos ingresar y hacer nuestro registro, el cual esperamos con el tiempo no se convierta en lo único que quede de tan importante evidencia arqueológica del valle”.

Pero la burocracia también es parte del problema: Los trabajos de Aurelio Rodríguez son el único antecedente de investigaciones realizadas en el valle medio del Chillón, más precisamente en cerro Macas y en la quebrada Torreblanca con importante evidencia arqueológica relacionada con los geoglifos. Sin embargo, ninguna de estas zonas (publicadas en 1997 y 1999) aparece en el Sistema de Información Geográfica de Arqueología (Sigda). Es decir, todo está secuestrado por los traficantes de terrenos. “Para sorpresa nuestra estos geoglifos aún existen, pero no pudimos conocer más de ellos, solo realizamos un rápido recorrido y un video con dron, es lo único que pudimos registrar”, reconoce Sánchez.



Todo esta situación impulsó al equipo de Sánchez a realizar una investigación científica con el debido permiso y supervisión del Ministerio de Cultura. Empezaron con el valioso aporte de Google Earth y lo complementaron con el uso de drones. “Conforme íbamos desarrollando nuestro proyecto aprendimos a identificar otras variables asociada a los geoglifos que inicialmente no habíamos considerado, como por ejemplo hoyos o pocitos que los asociábamos a cultivos pero que luego de analizarlos en campo nos dimos cuenta que habían formado parte de la construcción o modificación del paisaje”, revela Sánchez. Luego de analizar la información obtenida con las ortofotos, el equipo de CIAP regresó al trabajo de campo para completar información, ya sea de prospección como de ampliar las áreas de levantamiento fotogramétrico.



Sánchez considera que “como resultado de nuestras investigaciones se prospectaron un total de 18 paisajes y sitios arqueológicos con 108 geoglifos ubicados en quebradas, laderas y cimas de cerro, que fueron debidamente registrados y mapeados”. Sin embargo, reconoce que no todas las quebradas presentaban geoglifos pero “no descartamos que con la asistencia de una mejor tecnología en el futuro ese número pueda ser incrementado”.

Los caminos rituales

Esta investigación descubrió otro detalle importante: la existencia de caminos rituales, algunos en buen estado de conservación, que están vinculados al mantenimiento y uso de los geoglifos. “Estos caminos fueron hechos y utilizados de manera periódica por los pobladores del valle medio del río Chillón. Muchos de ellos se entrecruzan e incluso hemos podido establecer una categoría de caminos principales y secundarios. Lo que nos queda claro es que no eran caminos de uso cotidiano para actividades de la vida común, estos caminos no llevan a campos de cultivo, fuentes de agua, ni a algún otro recurso aprovechable por la población de ese entonces… todos han sido elaborados y transitados en asociación a los geoglifos”, revela el arqueólogo.



Por lo pronto, reconoce que “no podemos establecer que rol exacto cumplieron durante las actividades o ceremonias, pero sí podemos asegurar que son un elemento de mucha importancia que formaron parte de la dinámica social y en el valle medio del Chillón”.

Ensayo de interpretación

En base a sus conocimientos y experiencia lograda desde que trabajaba en Cahuachi (Nasca) y ahora en el valle del Chillón, Sánchez ensaya una explicación: “De cierta forma la edificación de un geoglifo y petroglifo requiere un nivel de organización social estructurado y de especialistas avocados específicamente a dicha actividad. La especialización en el diseño y elaboración de los geoglifos se debía probablemente a la importancia de esta actividad al ser de índole religioso destinado a ceremonias y ritos dedicados a sus divinidades con la finalidad de ser proveídos de agua, o aplacar los terribles huaicos en temporadas que ocurría el fenómeno de El Niño”.



El director de CIAP añade que estos geoglifos “son una compleja creación cultural que es producto de varios años de desarrollo de organización social en el que el hombre andino ha plasmado los sentimientos, ideales y pensamientos de una sociedad dinámica hacedora de su propio paisaje sagrado”.

Pero también advierte que “existe una acelerada destrucción del patrimonio arqueológico en el valle medio del río Chillón e incluso existen importantes evidencias arqueológicas asociadas a geoglifos que forman parte de la bibliografía arqueológica, y que aún existen, que no están registradas ni reconocidas por el Ministerio de Cultura”.




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