Por Roberto Ochoa Berreteaga
De niña la huaca fue su primer espacio de juego y exploración. Comprobó que su universo se expandía conforme ascendía por la falda del cerro vecino donde aún emergen muros de piedra y barro de la huaca Cobián. Su curiosidad infantil aumentó pero ni en casa ni en el colegio podían responder sus interrogantes sobre la historia de esos enigmáticos vestigios: hasta entonces huaca Cobián no había merecido una investigación seria. Poco a poco fue explorando ese pueblo fantasma petrificado hasta que logró llegar a un viejo camino apenas transitable que contrasta con la autopista de la Carretera Central. Desde esa antiquísima huella pudo contemplar la magnificencia del valle, el curso del río Rímac que desciende como una serpiente de plata paralelo a la autopista.
Las escasas chacras y bosques que persisten en medio del avance urbano en ambas bandas del río. Las montañas de la otra banda con sus cimas que esconden antiquísimos vestigios arqueológicos.
Gina Marrou aún era una niña cuando fue testigo los intentos de invasión en la huaca y de los “huaycos” que bajaban del cerro y llegaban hasta la carretera. Comprobó el susto y la angustia de los vecinos ante esas lloqllas que llenaban de piedras y lodo las veredas y pistas de la urbanización Alfonso Cobián, a la altura del kilómetro 21 de la Carretera Central y vecino a la quebrada de El Cuadro.
Fue entonces -recuerda- que subió para comprobar los daños provocados por el aluvión y “le prometí a la huaca que estudiaría arqueología para protegerla y estudiarla”, nos dice mientras explica detalles de la investigación que dirige con el apoyo de estudiantes de Arqueología de la Universidad Federico Villarreal.
ARQUEÓLOGA Y VIAJERA
Pero Marrou es una arqueóloga de la nueva escuela: ya es archiconocida en redes sociales por el Diario de una Arqueóloga Viajera, que cuenta con miles de seguidores en Tik Tok e Instagran. Sin embargo, esta merecida fama no le hizo olvidar su promesa infantil y, en estos días, mientras evalúan los resultados de la primera temporada de excavaciones, ya se prepara para una segunda a partir del septiembre próximo.
Lo primero que se ha demostrado es que Cobián es un asentamiento tardío con vestigios ychma e inca que funcionó como un tambo o centro de almacenamiento de maíz, ají, frijol, maní y posiblemente coca. Que estuvo vinculado a la red de caminos -conocidos como Qapaq Ñan- que aún se pueden recorrer en ciertos tramos desde donde se permite una magnífica visión panorámica del valle medio del río Rímac.
Mientras acompañamos a Marrou en el recorrido por la zona investigada donde aún quedan los cordeles de las cuadrículas, nos enteramos que en Cobián persiste medio centenar de estructuras líticas donde se han desenterrado escaleras y pasadizos que conectan los numerosos recintos conglomerados.
Una docena de estudiantes de la Villarreal acompañan a Marrou y al profesor Carlos Farfán Lobatón, de amplia experiencia en la investigación arqueológica de las zonas antas de los valles del Chillón y del Rímac. Ellos comprueban los hallazgos de piezas de cerámica correspondientes a cántaros y ollas. También hallaron los restos de una joven mujer enterrada con piezas cerámicas propias de las culturas costeñas, una boleadora pétrea que podría ser una ofrenda funeraria y con rasgos dentales que demuestran su alto consumo de productos marinos.
También ha comprobado que la parte nuclear del asentamiento fue afectado gravemente por sucesivos “huaycos”, de ahí que las excavaciones se realizan en lo que fue la periferia de esta pequeña urbe. También se ha demostrado que con la llegada de los incas las construcciones se fueron transformando con el uso de grandes bloques de piedra en forma triangular que sirvieron como base para colocar piedras más pequeñas unidas con barro hasta formar sendos muros perimetrales.
“Los primeros hallazgos de forma semicircular, conectados por pasadizos y veredas corresponde a la primera ocupación Ychma” –revela al arqueóloga. “Con los incas cambia el patrón del sentamiento con patios rectangulares y más amplios”.
Marrou nos explica que casi todas las quebradas de esta banda del río estuvieron pobladas. Hacia el oeste aún se alzan los vestigios de Huaycán de Pariachi y hacia el este se encuentra la quebrada de la urbanización El Cuadro, donde desaparecieron los rastros de los antiguos caminos y de los asentamientos prehispánicos.
En la otra banda del río Rímac se alzan los contrafuertes andinos de Ñaña, donde hace varios años se identificó un antiguo altar de observación astronómica para comprobar el “camino del sol”, según se puede leer en el Manuscrito Quechua de Huarochirí. Esta observación habría servido para advertir las fechas correspondientes al culto y peregrinación hacia el apu nevado Pariacaca
(ver https://www.youtube.com/watch?v=l8Ygy--ibf8).
Más al este, entre Huampaní y Chosica, aún quedan vestigios de un antiquísimo templo en U, caminos prehispánicos con acueductos y los geoglifos de Yanacoto, en Chosica.
Mientras evalúan los hallazgos ya se evalúan detalles para las próximas investigaciones. Por lo pronto, Marrou nos confía en apelará al uso de drones para “mapear” todo el yacimiento arqueológico y sus antiguos caminos. También aplicará tecnología Lidar (“light detection and ranging”) para medir distancias y movimientos precisos con el uso de rayos láser. Y todo esto lo pueden seguir en:
https://www.tiktok.com/@diariodeunaarqueologa?_t=8lyGbrTDwnu&_r=1