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PIZARRO Y TAULICHUSCO CELEBRAN JUNTOS LOS 490 AÑOS DE LIMA

Pero hoy 18 de enero del 2025, mientras celebramos los 490 años de la fundación de la capital peruana, es bueno reconocer que la gestión de RLA reubicó a Pizarro al lado de su socio y gran colaborador, el cacique Taulichusco.

Roberto Ochoa Berreteaga


Jamás coincidiré con Rafael López Aliaga en afirmar que Luis Castañeda Lossio “fue el mejor alcalde de Lima” (sic). He vivido y laborado más de cuarenta años en el Centro Histórico de Lima y no me corro en afirmar que Alberto Andrade Carmona es y será, de lejos, el mejor burgomaestre de la capital peruana.


Sin embargo, López Aliaga ha tenido la sabiduría de remediar una de las peores medidas que ejecutó Castañeda Lossio: en un rapto seudoindigenista y demagógico, el alcalde de apellidos español e italiano ordenó retirar el monumento del fundador de la Ciudad de los Reyes para reemplazarlo por una huachafísima pileta al mejor estilo de Miami. La imagen ecuestre permaneció todos estos años arrinconada y casi escondida debajo de un puente peatonal en el Parque de la Muralla.


Pero hoy 18 de enero del 2025, mientras celebramos los 490 años de la fundación de la capital peruana, es bueno reconocer que la gestión de RLA reubicó a Pizarro al lado de su socio y gran colaborador, el cacique Taulichusco. Desde que se instaló la enorme roca en recuerdo del cacique aliado de los wiracochas (creo que fue durante la gestión de Alfonso Barrantes Lingán, el primer alcalde izquierdista elegido democráticamente en América), siempre me provocó ternura ver a tanto despistado realizando ceremonias telúricas y andinas al curaca indio como si se tratara de un baluarte de resistencia contra los fundadores de la urbe hispana.


Foto: Víctor Ch. Vargas


Foto: Roberto Ochoa Berreteaga


Lo patético, empero, es leer a tanto desinformado que trata de negar la importancia del fundador de la Ciudad de los Reyes. Acusan a Pizarro de todos los males de nuestra historia como si en la historia de la humanidad existiera algún conquistador bienintencionado. Es cierto que con la presencia de los cristianos se detuvo ese desarrollo casi autónomo registrado en el mundo andino, pero ese “apocalipsis” en el actual territorio de la región Lima ya se había producido antes por el avance de los incas con, por ejemplo, la próspera cultura Colli (o Collique) que fue casi exterminada por las tropas del inca cusqueño. Otro caso similar sucedió con la cultura Guarco, reducida a su mínima expresión tras osar enfrentar el avance del inca en el actual Cañete. Y si hablamos de exterminio es porque los incas cusqueños supieron asimilar a las naciones que se rendían ante su avance, pero exterminaron a los que osaron pararles el macho. Y no fueron complacientes con los derrotados, realizando incluso grandes desplazamientos de las poblaciones vencidas al mejor estilo de Pol-pot en Camboya. Así es la historia, aunque nos duela. Y no desmerece la grandeza de los incas.


Foto: Roberto Ochoa Berreteaga


Y es precisamente la ayuda indígena la que permitió y aceleró la caída del Tawantinsuyo. En el caso del Perú, Pizarro pudo ser el pionero de la descentralización cuando decidió fundar la capital de Nueva Castilla en Jauja, alma y corazón del Valle del Mantaro. Lamentablemente, el conquistador extremeño tuvo que cambiar la sede no sólo por motivos geopolíticos (la necesidad de un puerto cercano y la inminente presencia de la flota de Alvarado) también fue porque los cristianos europeos aún no se adaptaban a la altura: “ni las yeguas ni las mujeres (sic) pueden quedar preñadas” se puede leer entre las decisiones que motivaron el cambio de sede capitalina.


Foto: Roberto Ochoa Berreteaga


Pizarro, como buen serrano extremeño, también eligió Jauja por el apoyo incondicional de los huancas -enemigos jurados de los cusqueños. Siguiendo ese gusto por la ficción histórica, creo que el Perú sería un poquito mejor con una capital política en la sierra y otra capital “comercial” en la costa. En todo caso seríamos menos centralistas, algo similar a la dualidad de Quito y Guayaquil en el vecino Ecuador, o de Bogotá como capital de Colombia.


Foto: Víctor Ch. Vargas


Pero volviendo a Pizarro y su socio Taulichusco es bueno recordar el libro Ensayos acerca del periodo colonial temprano 1520-1570, de María Rostworowski. Entre sus textos sobresale el titulado Dos probanzas de don Gonzalo, curaca de Lima (1555 y 1559)… donde se revelan detalles poco conocidos de los primeros veinte años de la Ciudad de los Reyes.


Es bueno saber que en los primeros cincuenta años de la existencia del Perú, las probanzas de testigos y pruebas documentales fueron una herramienta usada por los indígenas para defender su dignidad y sus recursos en los enrevesados procesos judiciales.


En este caso, don Gonzalo fue el hijo del curaca Taulichusco y heredó la máxima autoridad indígena en la Ciudad de los Reyes luego de la muerte de su hermano mayor, Guachimano. La probanza permaneció en el Archivo de las Indias, en Sevilla, y brinda información de aquellos años aciagos que siguieron a la fundación hispana: el cerco y ataque de los indios rebeldes al mando de Manco Inca, el asesinato de Francisco Pizarro y sus más cercanos colaboradores, las guerras civiles entre los conquistadores (que arrastraron a miles de indígenas) y la instauración del Virreinato de Nueva Castilla, es decir, el nacimiento del Perú.


Otro aporte de sumo interés es la presencia de personajes femeninos -indígenas y españoles- que fueron fundamentales en la existencia del Perú. Una de ellas fue Inés Huaylas, hija de Huayna Cápac y de Contor Huacho, la poderosa curaca de Huaylas (actual Áncash) que aportó un millar de guerreros para defender la recién fundada Ciudad de los Reyes del ataque de los indios rebeldes.

Pero en el caso específico de Taulichusco se desprende que habría existido otro curaca homónimo (¿su padre?) aliado de los incas cusqueños y que tuvo que ver en la conquista y aniquilamiento de los colliques. Si bien la mayoría de probanzas corresponden a españoles, cabe resaltar para nuestro tema el testimonio de don Juan, aquel entonces curaca de Sulco (hoy Surco) quien revela que Taulichusco fue un yana (criado) de Mama Vila, una de las tantas mujeres del inca; mientras que su hermano Caxapaxa, fue yana del propio Huayna Cápac. También resultan reveladores os testimonio de Pedro Granvilcva, criado de Huayna Cápac y miembro de la corte inca en Cusco; y de Hernando Llaca Guaylas, curaca de Pachacámac.

Entre las probanzas llama la atención que todos los testimonios coinciden en describir a esa Lima como un “vergel” o un “edén” por sus enormes bosques de árboles frutales, sembríos, pantanos, puquios y humedales. Una información que desmiente a todos esos despistados que insisten en describir a Lima como una ciudad asentada “en un desierto” (sic). Incluso, sabemos que una de las primeros reglamentos ambientalistas aprobados en el nuevo mundo fue la emitida por el cabildo de Lima a pocos años de la fundación de la ciudad, prohibiendo la tala de árboles para la construcción de viviendas o para leña.

En todo caso, debemos evitar reducir la historia al tamaño de nuestros rencores y tratar de entender la idiosincrasia y las costumbres de aquellos personajes que a mediados del siglo XVI -casi medio siglo después de la llegada de Colón- fundaron una ciudad española en un territorio donde se habían desarrollado prodigiosas civilizaciones como los maranga, ichma, wari, chimú e inca… y que hicieron del territorio limeño uno de los epicentros culturales y económicos del mundo andino

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