EL CORAZÓN DEL RÍO KANÚS
Por Olenka Ochoa Berreteaga
Hace muchos años me sorprendió la riqueza de ritmos, armonías, bailes, que apreciamos en una festividad en plena selva peruana. La Amazonía, esa inmensidad verde, no se cansa de liberar sus preciosos e incontables tesoros. Es reservorio de agua y oxígeno del planeta, así como laboratorio natural de alimentos y plantas que renuevan la industria médica, cosmética y gastronómica. Pero es también cuna de cultura viva, de diversidad de etnias y cosmovisiones, formas propias de entender, de ser y estar en el mundo.
Me subo a la chalupa, comenzamos a navegar en una ruta que nos llevará por el poderoso río Marañón1, (uno de los afluentes del río Amazonas) y luego por el río Santiago2 (Kanús en lengua originaria), hacia territorio Wampis. Es un viaje a lo desconocido. Es nuestra primera travesía por estos lares. Nunca supimos a ciencia cierta cuantas horas llevaría, cuál era la distancia a recorrer, adonde llegaríamos. Sé que estamos recorriendo la Región Amazonas, al nordeste de Perú, casi en la frontera con Ecuador. Como ya es costumbre en nuestra Latinoamérica, el “aquisito nomás”, se convierte en un recorrido sin fin.
Región Amazonas
Un día antes había empezado este peregrinar. El viaje desde la metrópoli de Lima ( en la costa central del país) hacia la nación indígena Wampis4, nos va a demorar más que un viaje a Europa. Aproximadamente 20 horas de camino en total, y dos días con las paradas de rigor. Al mediodía la espera en el aeropuerto en Lima, después una hora en avión hasta Jaén (región Cajamarca). Arribamos por la tarde, y de inmediato subimos a la camioneta de doble tracción, viajando por carretera, cruzando una cadena de montañas y varios ecosistemas. Es una ruta tortuosa, pero peor es para la gente del lugar que a diario se transporta en peores condiciones,
1 https://es.wikipedia.org/wiki/R%C3%ADo_Mara%C3%B1%C3%B3n#Zona_selva_tropical
2 https://es.wikipedia.org/wiki/R%C3%ADo_Santiago_(Mara%C3%B1%C3%B3n)
3 https://es.wikipedia.org/wiki/Departamento_de_Amazonas_(Per%C3%BA)
4 https://bdpi.cultura.gob.pe/pueblos/wampis
5 https://www.minambiente.gov.co/index.php/component/content/article/3573-sentencia-t-622-de-2016-rio-atrato-como-sujeto-de-derechos
teniendo que pagar precios muy altos para el nivel de ingresos promedio. Se hace de noche, en la penumbra solo distinguimos el fulgor de la luna. Hacia la 1:00 de la madrugada por fin llegamos a la última urbe, la ciudad de Santiago de Nieva (región Amazonas). Nos duele todo, solo queremos descansar. Pero debemos levantarnos antes de las 6:00 am, para subirnos a la embarcación que nos llevará hacia territorio indígena. La nación Wampis está enclavada entre las cuencas del río Santiago (Kanús) y el río Morona (Kankaim).
Nos acomodamos en la pequeña lancha de 1.5 m de ancho x 3.5 m de largo, techo ligero. ¡Suena el motor, y listo! arrancamos, y se produce el milagro. Van pasando los minutos, y se me acaba el malestar físico y el malestar cultural que nos impuso la pandemia del Covid-19.
En el agua sana nos convencemos. Navegar es una bendición después de horas por una carretera destrozada. En medio del majestuoso río nos olvidamos de la ciudad y nos quitamos la mascarilla para respirar a cielo abierto. El Marañón inmenso, caudaloso, nos acoge. El clima se va poniendo amable, el sol se abre paso, el bosque amazónico nos da la bienvenida. El paisaje nos abruma. De cuando en cuando aparecen algunos rostros en las orillas, mujeres, hombres y niños.
Absortos en el paisaje, se pasa la mañana navegando. Avistamos varias villas ribereñas. Hacia el mediodía llegamos a La Poza, enclave comercial y el primer puerto en territorio Wampis. La Poza, es un pequeño pueblo, que aspira convertirse en urbe. Allí arriban a diario mestizos, indígenas, y algunos extranjeros, para abastecer de combustible sus lanchas y barcazas, algunas de largo anclaje. Es un mercado donde se vende y compra de todo, alimentos, medicinas, balones de gas, ropa, calzado, y los machetes (utensilio imprescindible para sobrevivir en la zona). Como muchos asentamientos en Perú, este enclave ha crecido en la informalidad, del trazo urbano, de la economía y del transporte. Se hace evidente que el combustible, el trajinar de lanchas y de personas, van a dañar el delicado ecosistema.
Son admirables los motoristas. Exponen su vida a diario navegando sin condiciones de seguridad. Ellos son el mapa viviente de las cuencas. Provoca hacer un reportaje, hacer un estudio con ellos, para recuperar esa valiosa información, tantas aventuras vividas.
Dejamos La Poza luego de una merienda rápida. La chalupa ahora va más cargada. Nos acompaña una jaba de pollos vivos, que se unen a la tortuga que nos acompaña, recostada en el piso.
Hasta allí, el rio está muy turbio, lleno de troncos y ramas. De repente, se va volviendo brillante, por instinto metemos la mano a la corriente y en nuestra palma vemos que es agua transparente. Ante nuestra sorpresa, el dirigente Wampis (que nos acompaña) afirma que cuando más nos adentremos en la cuenca del río Santiago, en pleno territorio indígena, el agua se vuelve más límpida. Son las corrientes que viene desde las alturas, de las cordilleras que vemos al fondo, que van marcando las fronteras con Ecuador. Nuestros ojos no se cansan de tanta maravilla, bosque verde, cielo azul y la bendita agua cristalina.
Hacia la tarde, aproximadamente tres horas después, llegamos a la primera comunidad wampis. Tenemos que hacer equilibrio para balancear la chalupa y bajar algunas cosas. Nos reciben con mucha amabilidad. Adultos y niños visten ropa común, de ciudad, los más chicos van descalzos, los adultos con sandalias, y nosotros con botas de jebe por si acaso. El lugar es hermoso, con playas de arena fina, árboles anclados a la orilla del río. Dejamos algunos de nuestros compañeros de viaje. Luego de nuevo a la chalupa.
Finalmente, antes del atardecer, arribamos a destino. Descargamos mochilas, paquetes, animalitos, una impresora, papeles, etc. Subimos unos peldaños en la arena resbalosa. Nos instalamos en el “Tambo” un local multiservicios del gobierno nacional. Allí se hospedan algunos funcionarios, visitantes u otros mestizos que vienen al pueblo.
Ahí comenzó la odisea de subsistir en una comunidad pérdida en la vastedad amazónica. Tengo hambre y quiero prepararme algo para comer. En el “Tambo” ubico una cocina con su balón de gas, pero ese balón tiene dueño. Y en ese lugar ese balón es un bien preciado y escaso. Cuesta muchísimo más que en la metrópoli. Pretendo comprarme uno, pero me avisan que solo lo venden en La Poza, es decir río abajo. Felizmente logramos un feliz acuerdo, y nos apoyamos entre foráneos. Necesito también recargar mi celular, revisar correos, pero no hay electricidad, ni internet. Nuestro amigo comunero, nos dice que el motor no funciona, porque no hay combustible, hay que ir a buscarlo. Él se ofrece a conseguirlo y yo a financiar esa compra.
Así, cuando se hace noche, en el “Tambo” podemos prender el motor, el local ahora tiene luz e internet, felices todos. Poco a poco llegan algunos adolescentes y jóvenes del lugar, comuneros, el médico, todos conectan sus celulares o laptops, nos miramos, hay una sonrisa de complicidad. Nos convertimos sin querer en una cíbercomunidad en plena selva.
Pasan unas pocas horas y tenemos que apagar el motor para ahorrar combustible. Luego, en la penumbra, nos acomodamos en el pórtico con las amistades para platicar. Es temprano y en la profunda noche sobre nuestros ojos citadinos, se despliega la Vía Láctea en toda su inmensidad, que no deja de parpadear. Los sonidos de la selva nos arrullan. Nos sentimos pequeños y a salvo.
En la conversa, nos enteramos que el tema de la energía y el combustible es un enorme desafío. Algunas comunidades tienen algo de alumbrado público y luz en las viviendas. En otras, se recurre a motores. Pocas familias pueden usar balones de gas para uso doméstico, y la mayoría tiene que apelar a la leña. Pensamos que vendría bien una estrategia que ayude a la comunidad a contar con energía eco-sostenible, con paneles solares, las llamadas “briquetas” para las cocinas.
Un reto diario es alimentarnos. Rápido nos damos cuenta que no hay los alimentos básicos de la culinaria que se dice “peruana”. En las pequeñas bodegas del pueblo, solo podemos comprar algo de yuca, plátanos, café, azúcar, galletas, arroz, fideos. Si hay suerte se consigue papas, tomates, cebollas, verduras y frutas. El pan no existe, lo reemplazamos con plátano frito en el desayuno. Buscamos pescado, pero en el pequeño puerto no hay novedades. Recorremos las bodeguitas pero no hay atún, hasta que una comunera se apiada de nosotros y nos regala una lata. Otra vez, en las afueras de la comunidad, nos topamos con dos mujeres con atuendo indígena, venían del monte con cestos a cuestas, una de ellas, una adolescente. Logramos entendernos y nos venden la bendita cocona, fruta maravillosa amazónica, que es un buen sustituto del limón.
Las familias de la aldea, para alimentarse, compran si tienen efectivo o se van al monte. El consumo de carne animal no es frecuente. Un día vemos a un grupo de mujeres limpiando el cadáver de un jabalí ante la atenta mirada de los niños. Otro día, nuestra amiga Neitsa nos invita a casa de sus familiares. Nos brindan un plato de comida y ahí esta parte del jabalí que vimos días antes. La comida en general es frugal en la comunidad, frutos y vegetales del monte, yuca, plátano, fideos, papas y, si hay, algo de carne o pescado. Para nuestro asombro comprobamos que no hay ají pero usan una especia de color rojo, muy rica para aderezar todas las comidas.
En el pueblo es frecuente ver animalitos paseando, picando alguna hierba, o acomodándose en la arena clara que es el suelo natural de esos territorios. Gallinas, pollos, chanchos, andan por allí. Las familias los crían y cuidan, en especial para vender y conseguir algo de dinero. En alguna ocasión, se nos antoja una dieta de pollo, entonces tenemos que salir de noche a comprar. Con linterna y machete en mano recorremos el pueblito y tocamos puertas. Conseguimos una gallina, pero viva. De regreso pensamos en el pobre animalito que va ser nuestra cena.
Progresivamente están llegando más alimentos foráneos pero muchos no nutren, solo llenan. Vienen también desde programas de seguridad alimentaria del Gobierno Nacional. Nos preguntamos si estos alimentos donados se basan en un enfoque de “pertinencia cultural”, que responda a las expectativas de la población, de acuerdo a su edad, a sus gustos y costumbres. También reflexionamos sobre la “pertinencia ambiental” de lo donado, toda vez que sabemos que las latas de atún que reparte el Estado, no son recicladas, y van formando montículos de basura a la orilla del riachuelo.
La forma de vida en las comunidades indígenas fue siempre sobria. Esa es la clave por la que la Amazonia ha sobrevivido, hasta ahora. Las viviendas son muy sencillas, poco mobiliario y pocas pertenencias. Las casas hechas de material del lugar, tienen pisos altos para que circule el agua y la lluvia. Tienen por lo general pocas habitaciones, ventanas y puertas tapadas con algunas mantas. Se abastecen del agua que hay en la zona. No hay instalaciones domiciliarias de agua y desagüe, usan un pozo séptico para los desechos sólidos. La ducha esta fuera de la casa, igual el lugar para cocinar. En nuestro hospedaje tenemos algunos ventiladores, y una refrigeradora que funciona como alacena, porque no congela.
Somos conscientes que si ellos tuvieran los estándares de urbanización y consumo compulsivo de nuestras ciudades, la Amazonía ya habría desaparecido. Sin embargo, la presión es enorme. Vemos con preocupación que el plástico avanza inexorable inundado aldeas y contaminando ríos. Los comerciantes están trayendo grandes cantidades de gaseosas y otros productos envasados en botellas de plástico, baldes, botas, juguetes y muchos otros utensilios. Las niñas, niños, adolescentes comienzan a desear bienes que sus padres y abuelos no conocían, ni anhelaban. El uso de celulares y otros aparatos tecnológicos está creciendo. Obvio también el avance de asentamientos urbanos que brotan en la informalidad. Como es lógico, todo ello origina un sinfín de residuos, muchos materiales que la selva y sus procesos naturales no pueden procesar.
Los atardeceres son una algarabía en la aldea. Muchos niñas y niños salen a jugar su deporte favorito, ellos el futbol, las chicas el vóley, a veces ambos. Los niños a veces visten los uniformes del equipo favorito, juegan con sus padres. Las niñas compiten con sus madres y hermanas. Muchos descalzos, pues la arenilla suave del lugar lo permite. Las y los jóvenes también gustan de practicar deporte. Esa es la sana costumbre en las aldeas, al atardecer, luego del trabajo o el estudio, chicos y grandes salen de sus casas a jugar, pasear y conversar. Algunos se van al puerto de la comunidad a mirar el rio, otros a caminar por ahí.
Cuando el sol aprieta, los más pequeños se bañan en el riachuelo que discurre al costado de la comunidad. Un fin de semana, hay una fiesta familiar, escuchamos de lejos tocar al grupo de músicos que arribo temprano al pueblo. Hasta muy noche, se disfruta de esa mixtura de ritmos amazónicos mestizos e indígenas. Música bonita que provoca bailar.
Durante nuestra estadía, tuvimos un “baño de realidad” respecto a la educación. Por la pandemia el Gobierno Nacional decidió cerrar escuelas a nivel nacional. Pero en las comunidades, eso fue relativo.
A diario veíamos a escolares con sus uniformes y mochilas. La comunidad decidió continuar con las clases presenciales. Encontramos algunos argumentos comprensibles: era imposible la tele-educación y la educación virtual, dada las limitaciones para acceder a electricidad, internet, computadoras o celulares. Tampoco se podía encargar a los padres suplir a los maestros, habida de cuenta de las carencias socio-educativas de las familias. Aún con el riesgo de la pandemia, se intentó que las y los escolares no pierdan clases, que asistan a la escuela, en vez de quedarse varados en sus casas, sin condiciones mínimas para estudiar.
Mientras tanto apreciamos, que los docentes rurales hacen malabares para cumplir su labor. Vienen de lejos a vivir a la aldea, con pocas comodidades y sin servicios básicos. Además, con pocas herramientas pedagógicas para desplegar una educación de matriz intercultural, que preserve el legado de los pueblos originarios, y que fortalezca su identidad. Un día, nos avisan que llegaron por fin, las “tablets” para los estudiantes. Enviadas por el Ministerio de Educación, como parte de una estrategia de emergencia frente a la pandemia. Algo de esperanza nos da.
Sanar de una enfermedad en la lejanía de una comunidad, es casi un milagro. La posta tiene lo mínimo indispensable y un médico a cargo. Si hay alguna emergencia o un caso complejo, solo puede salvarte el apoyo de un helicóptero, para llegar rápido a la ciudad más próxima, recurso imposible para los comuneros. Un enfermo que necesita tratarse en un hospital va a tener que navegar por horas. La pandemia está en las comunidades, pero no se habla mucho de ella, se comentan varios casos de contagio, pero son difíciles aplicar los protocolos sanitarios. Las comunidades indígenas han sido casi las últimas poblaciones en recibir las vacunas contra la Covid19, ello hacia el segundo semestre del 2021.
Frente a la precariedad de la oferta pública de salud, las comunidades amazónicas siguen recurriendo a sus plantas y medicina tradicionales. Un aspecto poco visibilizado, es el tema de la salud mental, el manejo de emociones, los conflictos, o los suicidios. Se tiene que asumir que la sensibilidad, la formas de ser y estar en las comunidades son distinta a las maneras de la ciudad, incluso de otras regiones del país. Se necesita por ello, comprender y desarrollar protocolos desde una mirada intercultural, para una convivencia más respetuosa y amable, entre foráneos y lugareños, entre personal de salud y pacientes.
La juventud indígena, mujeres y hombres, libran una batalla a diario. Seguir conectados con su pueblo, con su hábitat y su cultura, y a la par tratar de aprender y adaptarse a lo que viene de fuera, a los “cánticos de sirenas” que ofrece la ciudad. Están cabalgando sobre dos mundos en simultáneo. Los nuevos liderazgos saben que quedarse en la comunidad les resta oportunidades, que deben salir en búsqueda del progreso personal, pero también se sienten comprometidos con su pueblo. Tremendo desafío para ellos y ellas.
Vemos que las niñas y adolescentes están avanzando, van a la escuela, ello nos llena el corazón de alegría. Pero aún hay muchas más que enfrentan una vida muy dura. Nos recordamos de aquella adolescente que nos vendió la cocona, que padece mayores brechas que las chicas del pueblo, que vive la exclusión en todas sus expresiones.
Es un secreto a voces la presencia de actividades ilegales en la zona de la Amazonia. Grupos dedicados a la tala ilegal, a la minería informal, al tráfico de droga, y otros asuntos fuera de la ley, navegan a diario, recorren esa área de fronteras internacionales porosas. Es poca la presencia de las fuerzas del orden. Las comunidades organizan sus propios mecanismos de defensa y seguridad. Los comuneros y dirigentes están preocupados por el impacto de estas actividades en sus territorios y en sus vidas. Vienen defendiendo sus territorios y denunciando las amenazas, pero poco pueden hacer solos ante el accionar de grupos criminales. Por otro lado, como nos dicen algunos mestizos, la circunstancia de pobreza, desempleo, las escasas oportunidades para los más jóvenes, hacen atractivo y rentable dedicarse a esas actividades ilegales. Mientras que la gente común siga consiguiendo miserables ingresos y trabajos peligrosos, la otra “oferta laboral” puede ganar la partida.
Sin duda, el agua es la protagonista principal de nuestra travesía. Son territorios de agua. El líquido elemento abunda, es omnipresente, en el río, cascadas y lagunillas. Además está la lluvia intensa. Lluvia que empapa todo, que hace renacer el ciclo de vida del bosque, que forma charcos donde se bañan las gallinas y polluelos, la lluvia que forma riachuelos que surcan la callecita central del pueblo, abriéndose paso en la arena clara y fina. La bendita agua está ahí, pero en las viviendas no hay agua potable. No hay agua segura para el consumo humano, en hogares, escuelas y otros locales públicos.
Urgen desarrollar proyectos de gestión del agua, que garantice un manejo eficiente del recurso natural y facilite la vida de la población. Nos convencemos también que el transporte por esa enorme red fluvial puede ser una alternativa eco sostenible para evitar el trazo destructor de las carreteras en la selva. Recordamos además esa apuesta magnifica de la Corte Constitucional de Colombia, de reconocer como sujeto de derechos al río Atrato (2016)5, y usar esa jurisprudencia para avanzar en la protección de las cuencas que se ubican en la Amazonía.
Estamos en el viaje de regreso, salimos de madrugada, navegando otra vez en la chalupa. La neblina cubre todo, todo es gris-plata. No se puede ver a un metro, se navega lento, apagando el motor, para evitar cualquier accidente. El motorista nos confirma lo evidente, estamos medio perdidos, surgen las risas y las bromas. Alguien comenta de la temida anaconda. Ese mítico animal presente siempre en la iconografía amazónica.
Un rayo de sol se va filtrando tímidamente por la niebla, se va abriendo el paisaje de a pocos. Hacemos algunas paradas previas. Va haciendo un poco de calor, andamos en sandalias. Llegamos nuevamente a La Poza temprano, para intentar conseguir una chalupa que nos regrese a Santa María de Nieva. Pasan las horas y no hay novedades. Los pasajeros estamos alertas, preocupados pues hay horarios límites para navegar, o nos podemos quedar varados hasta el día siguiente. Hay un pequeño incidente pues nos informan que el motorista que debe salir, está “celebrando” en un barcito cercano, vamos en comitiva a ver qué pasa y efectivamente no está para navegar. Otros del gremio de navegantes se solidarizan con nosotros y conseguimos una pequeña embarcación, que la conduce presto un joven venezolano.
Al final de la tarde llegamos al puerto. Nos alejamos en un hotel en Santa María. Al día siguiente nos recoge nuevamente la 4x4 para hacer la larga travesía terrestre hacia Jaén. Llegamos en plena lluvia torrencial, pero antes apreciamos los esplendidos paisajes de esa ruta Amazonas-Cajamarca, tierras generosas. Pernoctamos en Jaén, y al día siguiente salimos en avión de regreso a casa.
Ahora ya en la metrópoli no dejamos de extrañar el río, la lluvia, las estrellas, y las mariposas que invadían nuestras horas tempranas. Añoramos la amable compañía de nuestros amigos y amigas Wampis, jóvenes y adultos, de las profesoras y otras personas que hicieron posible nuestro trabajo allá.
Solo nos queda invocar a la Yacumama, la diosa del agua, para que siga velando por Amazonía y sus pueblos originarios, son ellos los que pueden salvar la selva, salvarnos a nosotros y salvar el planeta.