LA LEYENDA DEL ALGODÓN DE COLORES
Cristina Gutiérrez (*)
El algodón es una creación de la naturaleza muy antigua. Aparece durante el Mioceno hace 10 ó 15 millones de años. Es entonces que comienza su dispersión transoceánica, se expande alrededor del mundo hasta adquirir la distribución geográfica que determina los linajes de cada una de sus variantes en los cinco continentes.
En América aparece en paralelo en México y también en las costas del norte del Perú donde se convirtió en la piedra angular de su proceso civilizatorio que se inicia con su domesticación. Pero nada de lo que luego sucedió con él es similar a sus pares en otros continentes: acá tuvo características únicas y jugó un rol protagónico en el desarrollo cultural de sus pueblos.
El Perú es un país de leyendas donde la magia y la fantasía de sus orígenes rodean el mundo contemporáneo dándole un carácter particular siempre sorprendente. Y sorprende porque no se agotan, porque cuando creíamos conocer todo sobre su historia, su naturaleza, su cultura o su gente, se descubre lo insospechado. Y ese fue el caso del desentierro del Señor de Sipán y de su tesoro que llevó al “redescubrimiento” del algodón de colores o gossypium barbadense.
Cuando el 21 de julio de 1987 se descubre la tumba del Señor de Sipán en un templo cubierto por las arenas del desierto costero del departamento de Lambayeque (en el norte del país), se marcó un antes y un después en la historia de nuestro país. Este señor, guerrero y gobernante del reino Moche, cuya vida transcurrió alrededor del año 250 de nuestra era, fue enterrado con toda la magnificencia que su rango exigía: un fabuloso tesoro de oro, plata, piedras preciosas además de pertrechos de cobre, terracota y textiles, y junto a estos, bellotas de algodón de diferentes colores. Con la curiosidad del mundo puesta sobre este descubrimiento, estudiosos y arqueólogos debían explicar los modos de vida y cultura de esa civilización perdida y sobre todo, qué había sucedido con ese algodón que llamó tanto la atención de los españoles a su llegada precisamente por sus colores.
Este algodón, pieza fundamental en la vida civilización e identidad de las refinadas culturas Moche y Lambayeque, llevó a los estudiosos a buscar nuevas pistas que desentrañaran la vida que tuvo lugar en estas costas hacen tantos siglos. Lo que encontraron los sorprendió casi tanto como el descubrimiento de la tumba y muchas de las respuestas a sus interrogantes estaban muy próxima, en los alrededores rurales, en particular en dos pueblos cercanos y al mismo tiempo arcanos: Túcume y Mórrope, donde modestos descendientes de estos antiguos linajes vivían como si el tiempo no hubiese transcurrido, dedicados a la siembra de diversos productos originarios, entre ellos el algodón de colores. ¿Por qué se sorprendieron los arqueólogos? Porque lo creían extinguido como resultado de una injusta e inexplicable ley dada por el gobierno en 1949 que lo prohibía y erradicaba por considerarlo competencia para las nuevas variedades finas de algodón blanco como el Pima y el Tangüis, que habían sido motivo de orgullo para la nación.
Arqueólogos y estudiosos dieron la voz de alarma, había que salvar y recuperar ese algodón tan especial que sólo existía en el Perú con esa gran gama de colores que van del blanco al pardo, pasando por los más raros como el rojizo, azul, lila, amarillo, verde o café, todos ellos conservados gracias a la tenacidad de esos pobladores fieles a sus tradiciones. Entonces fue imposible evadir la realidad y el país entero se dio con la contradictoria situación en que se encontraban las tejedoras de algodón nativo que tejían la fibra prohibida. La preocupación se hizo oficial, había que reparar el daño.
El renacer del algodón comenzó con la construcción del museo que albergaría al señor y sus tesoros. Se requerían prendas de algodón similares a las encontradas en la tumba para representar escenas de aquel mundo. Se rastreó el algodón por todos los rincones y se lo consiguió en cantidades suficientes para lograr el ajuar completo, comisionando a hilanderas y tejedoras a realizarlo. Conforme avanzaba la construcción del museo, ellas hilaban y tejían sin parar hasta lograr el ajuar completo en el tiempo previsto. Para cuando se inauguró el museo, la curiosidad por el algodón de colores y por las tejedoras fue tan grande como la que causaba el tesoro: había llegado su momento. Tanta tenacidad tuvo sus recompensa: se comenzó una campaña para capacitar a las tejedoras mejorando su producción, preparándolas para afrontar el mercado, de tal manera que para cuando en el 2008, veintiún años después del descubrimiento del Señor de Sipán, finalmente se hizo efectivo el levantamiento de la prohibición, había un equipo de tejedoras fortalecido pues mujeres jóvenes habían retomado la tradición, formando una masa crítica de tejedoras que garantizaban el renacer del algodón de colores.
Las artesanas son ante todo campesinas que cultivan directamente el algodón y lo cosechan ellas mismas. La cadena productiva de esta fibra se inicia en pequeñas parcelas en los campos de cultivo familiares, tan pequeños que siembran un color en cada surco. Una vez cosechado, el algodón es tirado al piso y azotado con una varilla flexible para separarlo y luego proceder al desmote y al cardado. Ver a estas mujeres realizando estas actividades es un retorno al pasado, tal y como se ve en los dibujos de los ceramios iluminados en las vitrinas de los museos.
La organización y capacitación de estas tejedoras implicó la recuperación de esos saberes ancestrales, y sobre todo, la revitalización de usos, técnicas y estéticas expresadas a través del textil. Diré con emoción que asistí a esta tarea de actualización desde sus inicios en mi calidad de consultora y capacitadora, que viví su renacimiento y fui sorprendida no solamente por la fuerza de una tradición que nunca dejó de estar presente, que sobrevivió al olvido y a la presión de la modernidad, sino porque permanecía oculta en el arenal sin que el resto de los peruanos nos percatásemos, tal y como el señor de Sipán en su tumba.
(*) La autora es licenciada en Lengua y Literatura por la PUCP, diseñadora textil especialista en fibras originarias. Pertenece a la Red de Investigadores del Instituto Riva Agüero y es socia fundadora de la Asociación Cultural Textil del Perú. Autora de Del ritual a la moda, la textilería peruana en el mercado global. Lambayeque, algodón nativo y artesanía textil. De lo sagrado a lo profano, textil y moda en el Perú y Mapa Etnográfico del textil artesanal en el perú.