Por Luis Arana Galindo
Río turquesa más largo y sus encantos
Vilca es un pequeño pueblo andino y quechua asentado a la vera del Willkamayu o río Vilca, el más largo de color turquesa del Perú -no menos de 32 kms.- situado al noroeste de la provincia de Huancavelica.

Propiamente, la cuenca de este singular río es la divisoria política entre las provincias de Huancayo (Junín) y Huancavelica (Huancavelica), pero también marca la frontera lingüística (quechua Wanka y Chanka). Es más, la unión del Willkamayu con el Mantaro -en Tellería, estación del Tren Macho- configura el punto de triple nexo entre las provincias de Huancavelica, Tayacaja y Huancayo. De aquí, el Mantaro serpentea hacia el sur, vira a su izquierda, rompe la cordillera y penetra en la selva del Vraem.
Este es el telón geográfico donde los antiguos pueblos de VILCA y MOYA son actores principales del estudio de investigación “EL REINO DEL RÍO TURQUESA”, obra que da base referencial en la implementación del anhelado circuito turístico “Encantos del río turquesa”.
En tal sentido, dicho trabajo muestra, con profusión gráfica, los excepcionales atractivos culturales y naturales a lo largo del “río turquesa”, como los asombrosos y gemelos puentes naturales de Warichaka, cuya descripción resulta difícil y solo cabe visitarlos e impresionarse por uno mismo. Que se sepa, son los únicos caprichos de la naturaleza en el Perú y, quizás, en el mundo.
Otros imanes que sorprenden a los visitantes propios y extraños venidos desde Lima, Huancayo, Huancavelica y hasta del exterior, son el Semitúnel y puente de Turumanya así como la edénica Poza termal de Aywicha.

El propio río no se queda atrás: ya de por sí su color turquesa constituye un encanto que invita a cruzarlo a nado o simplemente a tomarse un refrescante chapuzón. O también a desafiarlo con largo paseo en kayak o canoa llena de adrenalina. O tomar la alternativa del trecking.
Bajo límpido cielo azul, el paisaje que presenta el estrecho valle del río Vilca constituye una dicha visual y paz y libertad del alma desde los miradores de San Cristóbal y Jarragán, sitos en la propia localidad vilquina. También desde ellos, al alcance de los ojos, están las colosales montañas de Sunimarca (de cuya cumbre se divisa la urbe de Huancayo) y Wallallo, apus tutelares que parecen enfrascados en titánica lucha sin tiempo, frente a frente, por cuál de ellos punza y gana el cielo.
Un paseo por estos cautivadores lares cabe en un “full day” desde Huancayo, distante apenas a dos horas y media en auto colectivo. Hoy, Vilca ya ofrece -aparte de la amabilidad de su gente- restaurantes, hospedaje y guías.

Patrimonios culturales de la Nación
Pero no es todo. Emplazados en sus zonas altas, los distritos de Vilca y Moya ofrecen importantes sitios arqueológicos preincas que esperan la visita aventurera y estudiosa de especialistas. Entre aquellos tesoros históricos se cuenta: WARAQOMACHAY, COTOCOTO-PIANA, TINYAWARKO y LLAQTAQOLLUY, los cuales ya ostentan la categoría de Patrimonio Cultural de la Nación. Otros vestigios históricos de la antigüedad son: Yanaciénaga, Telarmachay II, Balconcillo, Astollaqta y Chuntamarka, tanto como los ramales paralelos y tangenciales del Qapaq Ñan.


Última esperanza: el turismo
Actualmente, la gestión municipal de Vilca, liderada por el alcalde Edher Chancasanampa, viene priorizando el impulso del turismo al capitalizar los encantos del Río turquesa. En tal propósito, ya existen avances significativos en Turumanya, Warichaka y Qewapallana. Pero, ciertamente, es y será un proceso que tomará tiempo e inversión bajo pautas de sostenida calidad en servicios de gastronomía, transporte, mantenimiento y conexos.
Sin duda, Vilca y toda la cuenca del Río turquesa urge de reales obras de infraestructura turística que debe contar con la decidida inversión del Gobierno Regional de Huancavelica y del gobierno central. La ripiada carretera con que cuenta requiere ampliación y oportuno mantenimiento. Del mismo modo, Vilca y Moya piden SOS por un potenciado servicio eléctrico y de agua potable.
Así, hoy por hoy, la única y esperanzada carta de apuesta para el progreso zonal parece ser solo la implementación del turismo. Los encantos que ofrece esta singular cuenca turquesa son una mina apenas descubierta, tal como destacan, en redes sociales, algunos videos difundidos por canales como “Musuq Pacha” y “Qonay” y por decenas de vistas y “reels” de espontáneos visitantes.
Historia de los pueblos del río turquesa

Pero volvamos a la temática de “El reino del río turquesa”, cuyo cuerpo de mayor peso e impacto es una documentada revisión histórica de los antiguos pueblos de Vilca y Moya.
Importantes estudios de sus raíces indican que este espacio geográfico (norte del departamento de Huancavelica) fue ocupado por el cacicazgo preina Asto, de habla quechua Chanka, de la etnia Anqara, que luego fuera sojusgado por la expansión Inca, en los últimos cien años de este imperio.
Una vez ocurrida la invasión hispana (concretada con la muerte de Atahualpa (1532) y formalizada la colonia (1542), parte del dominio territorial de los Angara y los Asto le fue concedida, en calidad de “encomienda” o premio, al conquistador Hernando de Villalobos. A la pronta muerte de éste, la mitad de su dominio cayó, vía matrimonio con la hija, a poder del español Amador de Cabrera.
La historia indica que, bajo el señorío de Cabrera, Vilca y Moya tuvieron fundación española al ser declarados “reducción de indios”, tal como ocurrió con cientos de localidades en toda la colonia. De este modo se concentró a la dispersa población indígena, cuya finalidad principal fue el cobro expeditivo del tributo y la evangelización.
Como pueblos “reducidos”, debían tener una plaza cuadrada, cuyos frentes estarían ocupados por la Iglesia, el cabildo, la casa del gobernador, del cura y del caicque. En el caso de Vilca y Moya, esta fundación sucedió entre los años 1556 y 1569, en tiempos de Cabrera.
Este encomendero fue también dueño de la fantástica mina de mercurio “Santa Bárbara” que, por más de dos siglos, fue “la joya de los ojos del rey” y “maravilla más grande de la tierra”, pero al mismo tiempo “la mina de la muerte, matadero público de indios”, según Guillermo Lohmann.
Aporte para la nación libre
Tras casi tres siglos de negro e insufrible coloniaje, la incubada libertad nacional brotó, potente, en la corta convulsión final (1820-1824). Para entonces, la ya amestizada población del “río turquesa” se plegó decididamente a la lucha libertaria, dada la fiebre desatada por movilizadores como Félix Aldao y Francisco Bermúdez, enviados por el general Álvarez de Arenales, brazo derecho de San Martín. En este trance, Moya fue hecha ceniza por orden del vengativo realista general Carratalá.
Henchidos por la esperanzada causa independentista, destacaron líderes locales como Santiago Castro, en Moya, y Matías Sáenz, en Vilca, liderando aguerridos grupos de montoneros y guerrillas, tal como documenta la historiadora Ella Dunbar Temple.
Más que resistencia frente a Chile
La obra “El reino del río turquesa” también revisa la valerosa resistencia que, principalmente la población rural-quechua del centro del país, opuso frente a la infausta ocupación chilena entre los años de 1879 y 1884. Nuevamente, como en los años del fragor independentista, los montoneros y guerrillas de Vilca y Moya se plegaron a la causa del “Brujo de los Andes” Andrés Avelino Céceres.
Bajo la consigna de “Muerde y huye”, aquellos bravos campesinos brindaron sudor, sangre y vida ante la humillante ocupación de la patria mancillada. Cinco impíos años habrían de pasar hasta la expulsion de los chilenos. En tal contexto de heroísmos y traiciones surgió el héroe vilquino Pedro Vaquero, cuya leyenda sigue viva en el imaginario colectivo de la cuenca del Río turquesa.
Entre dos bandos del terror
Otra negra etapa de terror y sangre cayó sobre los pueblos del río turquesa. Fue durante el aciago lapso de 1980 a 2000, cuando las huestes de Sendero Luminoso-SL y las Fuerzas Armadas-FFAA se enfrascaron en guerra sin cuartel, en cuya línea de tiro se hallaba la población campesina, rural.
Omnipotentes, armados hasta los dientes, sometieron a la civilidad a detenciones, desapariciones, torturas, asesinatos, violaciones y otros crímenes de lesa humanidad. Consecuencia de ello fue “sálvate si puedes” y los pueblos se tornaron despoblados, fantasmales. Esta suerte corrió Vilca, Moya, Acobambilla, Manta, Huayllahuara en este rincón del país, tal como sumillamos en “El reino del río turquesa”
Se dice que el tiempo cura todo. Tal vez por eso los distritos de Vilca y Moya, así como los demás pueblos del la cuenca del Río turquesa, tienen la firme esperanza de que saldrán del olvido, del marasmo y del dolor. Apuestan, hoy, a la implementación del turismo. Para ello, van descubriendo y mostrando sus encantos naturales y culturales. Consideran que el circuito “Encantos del río turquesa” será pronto una realidad. (LAG)